jueves, 5 de noviembre de 2009

Tingo María, mi memoria, un verano


Llego, está lloviendo y hay en el ambiente un olor a vegetación húmeda, tan característico de la estación. El paraguas es un adorno, igual me mojo, pero no me importa, incluso era lo que quería, el agua de lluvia que cae sobre mi cuerpo amortigua el calor. Cielo cubierto, nubes cargadas, cargadas de agua, electricidad, cargadas de mis recuerdos, y más. Calles enlodadas, cunetas que parecen miniaturas de los ríos más caudalosos de la amazonía. De pronto para de llover, el cielo se abre en segundos, se torna inmensamente celeste, y el sol brilla con fuerza a lo lejos, el calor aumenta, la pista se seca, los ríos se acaban a lo lejos...
Las maletas, viejas, enormes, para mí, perfectas, hay una azul, siempre me llamó la atención, todavía recuerdo su olor, a cuero guardado, gastado, trajinado. No hay autos, un mototaxista se acerca a ayudarnos con el equipaje, llama a mi madre por su nombre, y le pregunta si vamos a la casa de mi abuelo, su vehículo es una simbiosis entre una motocicleta y un triciclo, un neumático delantero y dos traseros, cubierto de plástico para no mojarnos, parecería que entran sólo dos personas, pero recuerdo que alguna vez fuimos cinco o seis. Se enciende la moto, su ruidoso motor me agrada, de donde vengo no lo escucho para nada, nos dirigimos a la esquina del jirón Chiclayo con el jirón Ucayali, la moto se tambalea con cada bache, en algunas calles hay mas baches que calle, yo feliz, siento que estoy en una mini montaña rusa. En menos de cinco minutos llegamos a destino, bajo de un salto, me embarro, corro por un puente que va encima de la cuneta, voy por la vereda, paso el jardín que cuida mi abuelo, llego a la puerta, abierta, siempre abierta y...
... ¡ahi está! ¡mi abuelo! siempre está ahí cuando llegamos, sentado en su perezoza, mirando la televisión o simplemente mirando a través de la puerta, con sus pantalones plomos y su camisa clara y fresca. Lo abrazo, le doy un beso y grito a los cuatro vientos que ya llegamos, me sonríe, y en su rostro se mueve de manera graciosa su tupido bigote, sus arrugas se acentúan, se ve feliz, su hija y sus nietos ya llegaron...
La casa, hace diez años que no la veo, pero la guardo vivamente en mi memoria. Una puerta doble de madera en la entrada, unos años después pusieron delante de ella una reja roja delgada. No hay ventanas, la luz se escabulle por una rendija entre la pared delantera y el techo, imagino por eso siempre tenía la puerta abierta, Una perezoza, una mecedora, el primero en llegar elige cual, siempre nos peleamos por la perezoza, un televisor viejo en blanco y negro, sobre un mueble de fierro de una máquina de coser antigua con una tela encima, una alacena grande cubre una pared, y varios espacios cúbicos cubren otra, una vitrina mediana en la tercera, la casa de mis abuelos otrora fue una bodega, no puedo sino imaginarla, ¡qué bodega debió haber sido! llenas las alacenas de productos de aquella época. Hoy sirven para guardar las cosas de mis abuelos, sobre todo telas de mi abuela, ¡una magnífica costurera!. Hay un mostrador, detrás del cual antendían a los clientes, hoy nos sirve de mueble, ¡jugué en él tantas veces!. Un pasadizo, se me antoja largo, oscuro. Al inicio, a la izquierda un descanso, una mesita con las guías y el teléfono, la pared es la agenda, reconozco mi teléfono en tinta negra. A la derecha el cuarto de mis abuelos, la puerta es una cortina, color claro y diseño floreado, una cama de dos plazas, colchón duro y almohadas planas, como le gustan a mi hermano, un mueble, varios cajones, la derecha de él la izquierda de ella, en el primer cajón de él esconden los chocolates, encima un televisor de doce pulgadas, a colores, ¡deben haber sido cientos las veces que me eché con mi abuelo a ver el chavo, y nos carcajeábamos hasta el cansancio! una mesa de noche a cada lado, en la de mi abuelo, un colección de monedas dentro de una alcancía (ahora sé que eran las monedas que no pudo cambiar con el cambio de moneda de los años ochenta). Otra cortina dentro del cuarto lleva al baño, un lavabo, un inodoro, y una ducha, oscuro, siempre oscuro, una pared de ladrillos con diseño hueco deja ver el cuarto de al lado. De vuelta al pasadizo, al final otro cuarto, chiquito, con dos camas de una plaza, el techo de calamina, unas veces gotea, otras veces se escucha cuando los gatos caminan, aquí la luz del día se filtra por las calaminas traslúcidas de la cocina, no es oscuro, pero la luz es extrañamente amarilla. Un puerta al final da al comedor, semi abierto, una mesa grande y pesada, sillas diversas, unas grandes otras pequeñas, al fondo, la refrigeradora, y un congelador, sin ellos nada resistiría este calor, a la derecha una vez entrado al comedor, se encuentra la cocina, pequeña, iluminada, repisas altas y bajas y un mueble largo con mallas en las puertas, en ella mi abuela hace maravillas. Hacia afuera, la lavandería, dos lavaderos grandes, mi ducha de todos los días!, ahí jugamos carnavales, ¡parecía como si andáramos en calzoncillo o trajes de baño toda la vida! una escalera lleva al techo, debajo de ella un pequeño baño, una ducha baja, y mi mamá se encontró con un sapo, un portón enorme y rosado? una puerta a la casa de al lado, un huerto/jardín al otro lado. Las escaleras de cemento, arriba una casa sin puertas ni ventanas, nueva, el hogar de un murciélago, que acompañaba a mis padres las noches de verano, antes, no había límite entre el techo de mis abuelos y el de sus vecinos, subíamos y paseábamos por todos los techos jugando, hasta que un grito nos bajaba volando.
Las semanas se pasaban demasiado rápido, antes de caer en cuenta teníamos que regresar, nunca quería, siempre me quise quedar, seguir jugando, seguir soñando. Las despedidas, no las recuerdo, no me gustaban, por qué hacerlo. ¡Cómo extraño Tingo María y sus veranos!, ¡su paisaje verde y su cielo extremo celeste!, ¡cómo te extraño abuelo, cómo te extraño!

lunes, 2 de noviembre de 2009

Kundera y mi tiempo


Volviendo a mis raíces, releyendo a Kundera, es imposible cansarme de leer las livianas y profundas novelas de este incomparable escritor checo. Estuve pensando qué leer después de devorarme 10 cuentos que una editorial dice fueron recomendados por Cortázar... muy buenos, lo que hace muy creible que él los haya recomendado, para los interesados se llama "Cuentos Inolvidables"... bueno, antes de seguir divagando, como decía despues de leer esos cuentos, no sabía que leer, y no me animaba a dar una vuelta por la librería y volver a gastarme todo mi dinero en libros (una vez que entro en una librería, no salgo hasta quedarme sin nada!), así que agarré el conjunto de ensayos del maestro que tituló "El arte de la novela", así releyendo lo que se me antoja es una especie de paseo histórico por la historia de la novela europea contemporánea desde el muy particular punto de vista del autor, caí en ese círculo vicioso de querer leer todas la novelas que ahí menciona y no he leído todavía... Y así, devanándome los sesos pensando en cómo compraré tantos libros, fui dándome cuenta en lo mucho que disfruto la lectura, y la enorme cantidad de autores y obras que me quedan aún por leer, es que el mundo de la literatura parece no tener fin, a veces me imagino a mi mismo dentro de una pintura surrealista al estilo Dalí rodeado de libros en un cuadro repleto de ellos, con un motón de ojos para poder leerlos todos y relojes detenidos, para tener el tiempo suficiente para leerlos... lo llamo "el lector disociado", si supiera pintar lo plasmaría, pero no nací con ese talento, ni tengo la paciencia para aprenderlo. Mientras me hundo en el lenguaje de Kundera, pensaré en cómo detener el tiempo, y hacer lo que se me antoja, leer hasta que me sangren los ojos, por que sé que aún deteniendo el tiempo, no podre leerlo todo...